Diego Roel | Poemas 2004-2016

By | domingo, julio 17, 2016 Leave a Comment


De: Padre Tótem/ Oscuros umbrales de revelación (2004)



LAS LEYES DEL ALBA

en extrema crucifixión
tengo mis brazos mis ojos mis manos los pies
en extrema crucifixión

porque yo estoy puesto en el mundo
por las oscuras leyes del alba
por una gran boca de mil lenguas de oro
puesto y arrojado
para sufrir morir y elevarme
 tantas veces

estoy puesto y arrojado
multiplicado y expandido
en levísimos fragmentos de ilusión

sí, estoy crucificado
puesto a parir y a engendrar extrañas criaturas
a sangrar y fornicar de mil maneras con las sombras
y a morir y a morir
 tantas veces
como sea necesario


escucho lejanas letanías
 y recuerdo

recuerdo cuando escuchaba
lejanos cantos o misas en el bosque
y tenía una canción un nombre propio una guarida
también un Padre una Madre un leve canto
un susurro leve apenas quizás

yo tenía un mundo un país una familia

entonces emigré
y busqué lo Oscuro por pasión o por locura
y por pasión o por locura huí al desierto: mi corazón sin luz

yo tenía un mundo un país una familia

y tenía mil noches compartidas mil lechos
y amigos llenos de manos vacías
y un dios carnal sufriente:
mi propio dios mi Padre Tótem ausente todavía

cuando huyendo del salvaje ritmo marcado por los cuerpos
era yo el mismo pero otro distinto reflejado en los espejos
era yo el otro el traicionero el perspicaz
huyendo siempre en agonía

huyendo siempre

huyendo siempre en agonía sin Padre




PADRE TÓTEM


en tu ausencia, Padre, escucho los aullidos de los ángeles
aullidos de mi voz que son mi voz de nuevo aullando

en tu ausencia, Padre, entreveo tu Rostro
donde confluyen todos los caminos
                            todos los sentidos
                            todo lo imposible

porque tu Nombre es vasto y denso y musical
no quiero perderme otra vez en tu Nombre
no quiero perderme otra vez en tu Nombre: la Ley

Padre, en tu ausencia me acuesto con mi Madre


Padre Tótem:
vuelve a parirme desde adentro
a engendrarme como a un triste despojo del planeta

vuelve a parirme y a sangrarme

porque yo quiero nacerme con tus manos de animal
alojado en el tercer cielo de mi sangre
y quiero tus ojos tus manos tu piel
para arrojarme al fin sobre los brazos de mi Madre
y entrar al círculo infinito de los viajes


quiero parirme y sangrarme en las orillas de tu Nombre
porque eres mi hijo   la Ley   un sueño

eres mi hijo nonato


Padre Tótem: necesito un cuerpo nuevo
Padre Tótem: yo quiero mi cuerpo secuestrado
por los crueles emisarios de los Vientos

entonces
mi Madre es una inmóvil caída en espiral
una ráfaga de alucinados infantes de los sueños
mientras pido socorro y me pregunto: ¿dónde estoy?
mientras pido socorro y me pregunto: ¿hasta cuándo?

ahora que regreso del viaje
sin un Padre sin un Tótem sin auxilios ni guaridas
aquí sin Yo sin nombre propio todavía un animal
cosido al silencio con el silencioso hilo de los muertos

aquí, sí, aquí confieso:
sólo tengo las piernas abiertas
en un brutal gesto de parirme.










De: Las variaciones del mundo (2010)


LAS VARIACIONES DEL MUNDO


La realidad se revela en el fondo del desierto.
Jean Klein


Todo nace y muere en mí.

No hay nada que quitar, nada que añadir:
lo Real yace detrás del velo de las horas.

Todo nace y muere en mí.




Ahora voy hacia ninguna parte,
dejo que las cosas se aproximen.

No tengo nombre ni memoria.




Me inclino sobre la última imagen
y veo lo que sucede alrededor.

El viento arrastra papeles, palabras, objetos,
las infinitas variaciones del mundo.

Nada es real.




En este silencio
me deslizo como una forma sin cuerpo.

No quiero asirme a ningún gesto.
Ahora suelto las manos del tiempo
y voy hacia lo que está del otro lado.

Escucho lejanas letanías.




Porque se fugaron las categorías
y ya nadie designa o señala o califica.

Nadie dice esto es una piedra, un animal,
un hombre, un alma que transita
de cuerpo en cuerpo, en luz, en superficie.

Nadie dice esto es un fulgor, un pájaro,
el vientre oculto de las cosas.

Ya nadie nombra, nadie.




En esta curva
la palabra no tiene peso,
consistencia.

Por eso
salgo a ver afuera
aquello que palpita adentro.

Intento decir lo esencial,
deletrear el invisible alfabeto de los ciegos.
  Pero es inútil,
otra vez
el discurso se fragmenta.

Y avanzo a tientas,
asido apenas a un color,
                     a un ademán del viento.

Se cayeron los nombres y los signos.

Y sólo queda un resplandor,
el armazón deshilachado de los días.




No tengo hacia dónde ir.

Me quedo quieto y espero
el golpe y la caída.

No tengo hacia dónde ir.




En esta orilla
me abro a la espiral continua de los sueños.

Y veo pasar los números, las letras,
las últimas banderas.

Soy un testigo.
Me quedo quieto y contemplo
la incesante sucesión.




Avanzo y retrocedo:
suelto las manos y los pies,
abro las piernas del lenguaje.

Y observo lo que está del otro lado,
aquello que tiembla, que tiembla y sangra.




Escribo en los márgenes,
en la fisura de los días.

Y alzo las manos,
mi corazón sin sombra.




En este mundo
nada puede ser alcanzado,
perseguido.

No hay nada que encontrar.

La flecha se convierte en círculo.

El menor gesto,
el menor movimiento nos aleja.




Por eso
hay que pararse en ese intervalo,
en ese espacio en blanco entre las letras.

Ya no hay separación.

Estallaron las formas y los signos.




Ahora puedo ver más allá del lenguaje
ese Lugar o Corazón o Templo.

Útero del mundo. Oscura matriz de lo posible.




Sé que un día despertaré en una observación
completamente desnuda, completamente virgen.




Escribo como quien salta o juega o ríe o canta.

El poema apunta hacia lo que está detrás,
hacia lo vacío.

Lo que revela se oculta entre las sílabas.




Entonces
quedarse quieto, vivir en soledad.

Y entregarse a lo que viene,
a lo que huye y salta.

Sí, hay que observar las señales
que dejan las horas en los cuerpos.




Escribo en los pliegues del paisaje.


Uno a uno,
dentro del Pozo caen
los colores del Reino.




Las Voces del Aire me dijeron:

Hay un Jardín más allá del vocablo. Hay un Jardín que es un Desierto. Hay un Desierto que es un Mar.

Hay un Mar, un Jardín, un Desierto.




Pero la mente no llega allí,
la palabra tampoco.

Tenemos que subir una escalera invisible,
escalar cima tras cima, descender hasta esa planicie
donde el Sol desata sus caballos.




Aum Tat Sat Aum




Descanso sobre los labios de lo Inmóvil.

Soy un testigo.

Hablo de aquello que sostiene todas las cosas,
de lo que no tiene pies ni cabeza ni forma ni sonido.

Me pierdo en lo inaudible.




Voy hacia donde caen las últimas banderas,
hacia donde brillan las piedras y cantan
las perdidas voces del Cielo.

No tengo peso ya.











De: Dice Jonás (2015)




EL POZO

Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará;  
porque yo sé que por mi causa ha venido esta gran
tempestad sobre vosotros.                              
Libro de Jonás, 1 12-13



Yo, Jonás, hijo de Amitai, pasé tres días y tres noches
en el vientre del gran Pez.
Y vi lo que nadie nombra, lo que nadie quiere ver:
la sangre oscura de la bestia, el líquido amniótico del sueño,                  
espejos que se duplican y reflejan la permanente fuga
                                                        /de las cosas.
                                                                                   .
Yo, Jonás, hijo de Amitai, descendí hasta lo profundo
                                                       de la tierra,
me arrodillé en el útero del mundo,
vi lo que nadie quiere ver.




Permanezco lejos del ruido de los hombres.

Acá abajo, en el fondo del pozo,
ya no soy hombre ni mujer.

No tengo patria ni lugar de descanso.

Oscilo entre un abismo y otro abismo.




Que me tragó un monstruo con cabeza de dragón.
Eso dijeron los que conocen mi historia.
Los que juegan con palabras, los hacedores del engaño.

Eso dijeron.

Pero yo no recuerdo nada.
Sólo veo delante de mí una avenida interminable,
las luces lejanas de una fiesta,
el lento simulacro del planeta.




Cuando llegué al estómago del Pez
vi grandes bosques y montañas,
vi lo que nace debajo del suelo,
lo que late y pugna por salir, lo que respira.

Vi pájaros en pleno vuelo, animales sin cuerpo.

Cuando llegué al estómago del Pez
olvidé mi nombre y el nombre de mis padres.




Me crecieron alas, garras
y una larga cola.

Se multiplicaron mis ojos.

En mis manos apareció
la eterna cifra del Exilio.




Entonces clamé al Cielo:

Padre, Madre, corazón de la Tierra:
no te olvides de los que tienen hambre y sed,
de los perseguidos, de los que no pueden
levantar del suelo su osamenta,
de todos los que tiemblan debajo de tu cuerpo.

No te olvides de los que tiemblan debajo de tu cuerpo.




El animal me escupió sobre la orilla del planeta.

Me levanté y lavé mis ojos con vinagre.
Junté mis miembros esparcidos en la costa
y caminé lentamente hacia la luz.

Recordé mi nombre y el nombre de mis padres.



Dice Jonás:

Que los pájaros del cielo devoren mi cuerpo.
Que los párpados del día se cierren sobre mí.

Ojalá yaciera yo en el vientre de mi madre.











De: Kyrios (2016) 



SAN MENAS DE ALEJANDRÍA
(11 de noviembre.  Padre del desierto. Anacoreta, mártir y taumaturgo)


Delante de un ícono de Santa María
mi madre rogó al cielo que le otorgara descendencia.

El ícono dijo: “Amén será su nombre”.

Desde ese día escucho el paso sigiloso de los ángeles,
la lenta caída en la temperatura de la muerte.
Desde entonces veo el giro de la luz,
la velocidad de Dios sobre los cuerpos.

Delante de un ícono de Santa María
mi madre rogó al cielo.

Amén es mi nombre.




AMMA MARÍA
(Hermana de san Pacomio. Fundó los primeros cenobios femeninos)


Me sacude el viento del Señor.

Estoy parada en el lugar del exterminio:
mi almohada es la piedra del camino.

Yo soy la santa de ojos torvos y cabellos hirsutos.
Soy la que olvida las señales del regreso,
la que incuba en la mirada
los huevos dorados del crepúsculo.

Soy la que duerme sobre el filo de la espada.            



SAN PABLO EL ERMITAÑO
(15 de enero. Padre del desierto. Protector de los ermitaños)


Mis manos sostienen las columnas de la noche.

Tengo los pies descalzos,
las piernas atadas con el collar de la vigilia,
el corazón atravesado por un grito de palomas.

Mis manos sostienen los muros de piedra.

Llevo sobre los hombros el odre reseco de los días,                    
la ola de arena del destino.



SANTA PELAGIA DE ANTIOQUÍA
(8 de octubre. Ermitaña. La apodaban la Venerable)


Un día me hablaron de un Dios que bajó del cielo.
Me dijeron que una palabra de Su boca
levantaba a los muertos del sepulcro,
que Su mano detenía y desataba la lluvia.

Me dijeron que Su sangre era más dulce que la miel.

No quiero probar la almendra negra de la muerte:
voy a repartir mis bienes y mis joyas,
voy a ocultar mi nombre en un nombre de varón.

Kirie eleison, Christe eleison, Kirie eleison.

Mis pies se hunden en el borde del desierto.


SAN JUAN ESTILITA
(24 de mayo. Padre del desierto. Maestro de san Simeón estilita el Joven)


Les suplico que cumplan al pie de la letra
todo lo que el Santo dijo:
“No visiten las aldeas, no frecuenten
las casas de los hombres,
jamás pernocten en ellas.
No compren ni beban el fruto de la vid.
No tengan ni ovejas ni cabras ni caballos.
No le cierren la puerta a la viuda ni al anciano.
No coman por día más de tres pedazos de pan.
Nunca descuiden la oración.
No vayan a fiestas ni a banquetes.
No recorran las calles del mundo.
No oculten un cuchillo bajo la ropa.
No atesoren los huesos de los mártires.
Escondan bajo tierra sus ataúdes.
Aprendan a morir en silencio”.



SANTA EMELIA
(30 de mayo. Madre de Basilio Magno, Gregorio de Nisa y Pedro de Sabaste)


Como un barco
navego ahora hacia Tu Nombre.

Tus ojos se abren en lo oscuro,
iluminan lo que es nuevo y permanece.

Tus manos tocan
la piedra, el agua, el fuego.

El peso de Tu cuerpo me sostiene.



SAN ANTONIO ABAD
 (17 de enero. Protector de los animales, de los tejedores de cestas, de los enterradores y ermitaños)


Sostengo en alto mi corazón
como un escudo.

En mi carne derroto al enemigo.                

Sí, yo levanté mi casa entre las fieras:
el viento del desierto devoró mi piel,                      
las alimañas del monte
hicieron nidos en mi vientre.

Soy una columna que no puede derribarse.


AMMA DOMNINA
(5 de enero. Anacoreta en Siria)


Olvidada por los hombres,
lejos de las ciudades y del mar
repito día y noche:
Santo, Santo, Santo.

Mi cuerpo es una herida interminable.

Me rodearon las bestias del desierto:
¿quién salvará mi alma?

Me rodearon y asediaron las sombras:
¿quién romperá el lazo de la muerte?

Olvidada por los hombres,
lejos de las ciudades y del mar
riego con lágrimas el suelo,
espero la preciosa semilla.



SAN LÁZARO ESTILITA
(7 de noviembre. Padre del desierto)


El dios de los ciegos se paró delante de mí.
Apoyó su mano en mi cabeza y exclamó:
“Mis dedos tejen la cifra del diablo”.

De su lengua salieron un hombre y una mujer,
imágenes de bestias y reptiles,
animales del aire y del agua.

Él quiso mezclar su sangre con mi sangre.

Pero yo soplé en su rostro y mi soplo
se convirtió en un ángel de fuego.


AMMA SARA
(13 de julio. Vivió sesenta años en una celda cerca del Nilo)


Con brasas de enebro caliento mis manos,
me abrigo con un manto de pelos de camello.

En este recodo del camino
escucho la música,
la plegaria que duerme en las piedras.

Mi cuerpo se abre en oración:
guardo en el pecho una letra de Tu Nombre.

Adonai, Adonai, Adonai



SAN SIMEÓN ESTILITA EL VIEJO
(5 de enero. Consejero del emperador Teodosio. Inventor del cilicio)


Habló en mi corazón Tu corazón.

El sol y el viento y el agua me dijeron:
“Cava, hijo de mujer,
asciende hasta alcanzar la sombra.
Cava, mastica la arena del desierto.          
Cava, hijo mío.                                          
A las fieras hay que atarlas con cadenas”.

La gente arranca pedazos de mi cuerpo,
busca reliquias en mi sangre,
me pide eso que no puedo dar.



AMMA TALIDA ABADESA
(3 de agosto. Madre del desierto. Abadesa del monasterio de Antinol)


Como una planta silvestre
vivo a merced del sol y la lluvia.

Estoy libre de tres guerras:
no hablo, no oigo, no veo.

Llevo las manos atadas al fulgor de lo que existe.

Cuando muera
Jesús romperá el cerco de mi carne.



SAN SIMEÓN EL LOCO
(1 de julio. Patrono de los santos locos y de los titiriteros)


Yo dormí junto a los dendritas en el vientre de los árboles.
Me senté en la orilla del desierto y mastiqué el aire
con aquellos que buscaban la inmovilidad absoluta.                    
Yo caminé días y noches con los acemetas:
los ojos en blanco, la mirada perdida en la espalda de las cosas,            
la cabeza clavada en la pica del silencio.

Mis manos se extendían hasta el cuerno de la luna.

Ahora bailo desnudo en la plaza de Emesa,
abro los ojos de los ciegos,
bendigo a las prostitutas y a los locos.
Llevo en mi cuello la inmundicia de los hombres.



AMMA TEODORA
(Madre del desierto. Como Amma Sara, vivió cerca de Alejandría)


Nosotras no comemos ni bebemos ni dormimos.

En el desierto dejamos la vida
como una ofrenda.

Nosotras no tenemos padre ni madre ni hermanos:
hemos perdido el tacto, el habla, la memoria.

Apenas escuchamos lo que repite el viento.

Sobre la arena vemos
el cuerpo y la sangre de Cristo.



SAN ONOFRE
(12 de junio. Protector de los tejedores y de los viudos)


El Ocultísimo puso Sus palabras en mi boca,
apoyó Su lengua sobre mi lengua.

Como un potente nadador
atravieso el mar en un segundo.

En mi mirada cabe el latido del incendio,
la entera manada de la luz:
veo la curva donde se quiebran las vasijas,
el punto donde la vida inicia su larga fuga invisible.

El que ata y desata las sandalias de la noche,
el que arranca el asta de los unicornios,
apoyó Su lengua sobre mi lengua.



SANTA MACRINA LA JOVEN 
(19 de julio. Virgen. Nieta de Macrina la Mayor, hija de san Basilio el Mayor)


Del otro lado de la nube
me espera el día.

Señor, date prisa en socorrerme.

Yo gimo y lloro por los pecados del mundo.

Acá abajo escucho
el aullido de las bestias,
el trote lento de las horas.

Señor, date prisa en socorrerme.                              



SAN HILARIÓN
(21 de octubre. Fundador de la vida monástica en Palestina)


Espejo mágico:
en esta colina desando
el último anillo del corazón.

Mis manos escarban
la doble hélice del sueño.

En lo alto de la colina
soy una mano que atrapa
el gesto de la belleza de la muerte.



SANTA TECLA DE ICONIO
(23 de septiembre. Virgen y mártir)


El ojo de la eternidad se abrió en mi frente:
se desataron los dientes de la luz.

Ahora cae mi sangre como una fruta madura.

Los pájaros devoran la última espina del silencio.

Cuerpo, asno salvaje:
rebuzna, ladra.




DIEGO ROEL nació en Temperley, Provincia de Buenos Aires, en 1980. Publicó Padre Tótem/ Oscuros umbrales de revelación (2004), Diario del insomnio (2005; 2013), Cuaderno del desierto (2007), Las variaciones del mundo (2010; 2014), Los Jardines del Aire (2012), Dice Jonás (2015), Vía Lucis (2015) y Kyrios (2016). Actualmente reside en La Plata.

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