Luis Yussef

By | martes, marzo 26, 2013 Leave a Comment


Luis Yussef
Poemas




De: Los silencios profundos (2009).



01.CEREMONIAS PARA EL BIEN VIVIR


El contrariado. El mal querido. El que siempre iba
con el rostro descubierto. El que dijo muerte. Y no quiso gloria.
El que siguió de largo. Y no reparó en el asedio.
Tan cercano a ti. Tan lejos de los otros.
Tan infames que le parecían por apurados.
Los escogidos. Los que hacían el culto
ante el altar de piedras. Los débiles. Los ilustres.
Bajo el arca de la alianza. Los aliados. Los dispersos.
En contra de los silencios. Y la salva.
El que nunca tuvo la razón. El confundido.
El que escribió con sangre el nombre de su causa.
El que dio fuego a su tienda.
Se detuvo sobre el agua diamantina. Y delató la amenaza.
El avisado. El avizorado. El que nunca quiso marcharse.
Y marcó sus fronteras en el cristal.
Ahuyentó al ave siniestra del patio.
Y transformó las zarzas en ciruelos.
Para que sus pobres criaturas durmieran en paz.
Esos. Los que nunca tuvieron pan en la mesa.
Los que nunca comprendieron una palabra.
Los que mordieron su mano. Tan arduo. Tenaz. Desprendido.
El que nunca quiso sentarse a escuchar la orquesta.
Lejos del podio. Y de la selva. Del verde tan enojado.
Y del azul. Y de la rosa. El irreconciliable.
El que nunca aceptó la última palabra.
El que confundió con palomas los papeles blancos.
El que creció en la periferia. Fuera del círculo de barro.
Tan admirado. Y feliz. El que siempre voló contra el viento.
Sucede que nunca estuvo junto al Cristo.
Sino donde es imposible distinguir las partes.
Donde ya nada se puede hacer.
Donde otros ángeles confundidos lo devoran.





02. INDULTO


¡Se nos va todo, se nos va todo!
GABRIELA MISTRAL

Abandonar la palabra
con una ceremonia sencilla.
Como despediríamos
quizás a un desconocido.

Perdonar los silencios profundos.



03. EPIGRAMA DE LA VIDA ROSA

Abrazarse a cualquier cuerpo
con la certeza
de que alguna vez
le verás el rostro al ángel.


04. LOS GRANDES INCENDIOS


1

Contemplé las llamas que crecían
en busca de ciudades. Y nada hice para detener el fuego.
Fui testigo del lento acontecer de los días.
Y nada reservé para el próximo minuto.
En las noches de ardor inconfesable
visité sitios de dudosa reputación.
Fui un hombre triste cuando debí parecer feliz.
Fui feliz en los momentos que debí padecer.
Dilapidé el honor.
Tuve en las manos de hielo la moneda maldita.
Y acepté. Confundí. Dejé la huella que inculpó a los otros.
Fui hermoso. Y hábil. Infiel. Y amado.
Me persiguió la noche. Las estrellas de Indra
me vieron danzar. Poseí la belleza. Perdí.

Señor
ayúdame a caminar.

2

Las crecidas

Un temor antiguo nos mantiene expectantes.
Cada metro que avanza
es terreno que obtiene a su favor.
Cada ruido inesperado en la noche de piedras
es una hora menos de sueño.
Los cadáveres que devuelve sobre la arena
son testigos de ese odio.
No digo de los días pasados
pues aún son los días.

Tremendo. Desconocido.
El río me cerca.
El agua negra brilla a mis pies.

Soy el cuerpo que salta a la crecida.

3

Santorini


a Dimitri y Olga,
que conocen las dos islas.

Dimitri Dimis pinta la casa de piedra en la piedra.
Azul. Y blanco. Cúpulas de iglesias
que se levantan sobre los acantilados.
En los balcones los turistas esperan.
La música griega acompaña a la sombra de la vid.
Una barcaza levísima crispa el horizonte.

En breve el astro perpendicular caerá sobre las aguas.

Cesa el vino. Cesan las lenguas
sus múltiples cantos. Y cuando el sol termina
por hundirse en la mar solvente
la multitud callada se abre en aplausos.
El hombre extraño se une en abrazo
al hombre extraño. Acercan sus labios
los amantes. Olga Lidia mueve en el aire
la rosa grande del regreso.
Y Dimitri Dimis llora cuando habla
de esta ceremonia para festejar
el álgido descenso. En el Mar Egeo.
Donde hay islas que esperan con paciencia
y alegría las puestas de sol.
Islas que no necesitan del misterio
para aguardar la llegada del amanecer.


04. LAS DECANTACIONES


Hay barcos que para hundirse 
necesitan ser mirados.
F. G. LORCA

He visto hombres que naufragan como barcos.
Barcos que naufragan como peces.
«Peces que naufragan como hombres.»

He visto el coágulo fuera del líquido.
La arena fuera del agua.
El metal brillante en el fondo. Encima la tromba.
Y el verde caído.
He visto a los muchachos de la noche.
Sin documentación. Marcharse en los autos blancos.
En silencio. Sin poder gritar
que ellos son los dueños de la madrugada.
Pero han sido decantados.
Ellos duermen entre hierros
mientras afuera la noche negra se agota.
Sin ellos. Sin su alegría. Sin amor.

He visto barcos. Hombres. Peces.

He visto los botecitos al agua.
Y tras la lluvia la Rosa Mística.
Siete soles desprendidos de la madrugada.
La luz nueva. Lejos del tugurio. Más cerca del lodo.

Alguna vez acaricié un antílope. Y lloré.
Porque la caricia se decanta del llanto.
Porque el antílope no volverá a mí.
Porque mi mano se decanta lejos del oro.
Lejos del antílope. Lejos del llanto.

He visto los períodos de purificación.
Ciclos peligrosos. Por el alejamiento.
Por lo difícil de las reconciliaciones.
Por los descensos. El vértigo. El contagio.
Por lo ciego. Lo ignorado. Por lo sobrentendido.
Por lo cercano del azufre. Y del ácido humeante.
Por lo cercano de la sabiduría a la ignorancia.
Por el aroma del licor resplandeciente. El vino joven.
Y la pobreza. Por lo pesado. Y lo leve.
Decantaciones que caen como sentencias.
Inclinados junto al pozo. Los hombres lloran.
Como barcos. Como peces.
Hombres que para hundirse no necesitan ser mirados.


05. IDEA EQUIVOCADA DE LA FELICIDAD


Toda felicidad es inocencia.
MARGUERITE YOURCENAR

Mirábamos la sombra del árbol.
Tú dijiste que sus hojas parecían de cristal.
Y yo escribí un poema
que hablaba de la pérdida
de la inocencia y la felicidad
que no teníamos ?lo recuerdo.
Después
pasó el tiempo.
Y ahora que ya no tenemos árbol
ni la inocencia de entonces
nos damos cuenta de que la felicidad
era aquella sombra tan parecida a un cristal.


06. NO TE FUE DADO EL TIEMPO DE LA GRACIA 


HEBERTO PADILLA

Entre otras cosas. En cambio te ofrecieron la confusión.
La moneda equívoca. Te fueron dadas unas manos azules
que extiendes inocente a la lluvia de peces amargos.

Te fueron dadas las variaciones. Las fugas.
Los Nocturnos de Chopin. Una tarde junto al mar.
La rosa. La piedra. Los metales.
Te fueron dados los misterios
pero no la sabiduría para desentrañarlos.

El vuelo del ave entorpecido por la brisa.
La sonoridad de la brisa
que mueve a los sauces junto a una biblioteca antigua.
La sonoridad del ave pero no su canto.
Te fueron dados los versos de Borges.
Pero no la gracia de escribir los versos de Borges.

Te fueron dadas las combinaciones. Los sustitutos.
Las sustancias milagrosas que perfuman las alcobas
pero no el poder de retenerlas.

Te fue dada la casa pero no los hijos.
Pudiste trascender y te fue otorgada
el agua infértil que corre sobre otro vientre.
Caíste junto a un cuerpo como el tuyo.

Fueron para ti las noches. Las conspiraciones.
Los retrasos. Y una extraña costumbre de espera.
Te fue concedido el apego a las islas.
Pero no a sus definiciones.
Te fue concedido el descenso a las islas
en el viento pequeño de la madrugada.
Pero no eran para ti las exclusiones. Los silencios.
El arco que tensa la mirada de ese otro Hombre
al que ?como a ti? le fue concedido también
el apego a las islas. ¿Quién partirá primero?
Preguntas. Y alguien te responde con rara solemnidad.
¿Quién partirá primero?

Las calles se hicieron para ti. Y para la ceiba.
Igual crecieron la palma. El roble pavoroso.
La yagruma junto a la acera.
Pero te fue dado un pasadizo donde surgen
los árboles malignos. El Árbol de la Ceguera.
El Árbol que no Habla. El Árbol que no Escucha.

Te dieron las preguntas pero no las respuestas.
Te dieron el ángel pero no sus alas.
Te dieron la sangre pero no el cuerpo.
Te dieron el martirio pero no la cruz.

Y finalmente te dieron las palabras.
Esas colonias de fuego que avanzan hacia ti
y crecen cercándote como grandes silencios de guerra.


07. TODO ES PÁJARO EN EL AIRE

JORGE GUILLÉN

a Fabián Suárez
este poema dramático.

Todo es trampa en el aire. No se trata de detener los vuelos
sino de circularlos. Ordenar las migraciones.
He visto los corredores de luz estrechándose.
Las luces de marzo equivocadas tras otra estación perdida.
Y nada ha cambiado después de los atrasos.
Después de los desvíos lógicos del vuelo. De las migraciones.
Del ave que se va. Que vuelve.
Algo se está agotando en esta casa. Que es una trampa.
Que es una demora del tiempo en el tiempo.
Yo quiero abrirme espacio. Pero todo es trampa.
Todo es aire. Los trenes ya no atraviesan el día soleado
que debió llevarnos a otro sitio. A otro espacio
que se abre dentro del aire ?parte de la luz.
Los hombres cumplen sus rituales de juntarse
con el vino discreto ganado a las fermentaciones.
Qué horror. Las uniones de blancas coronas
en la mañana de domingo.
He visto su confusión. Pero todo es trampa.
La letra miente. Afuera la flor de albahaca.
Afuera la rama agorera.
Nada cambia. Pues todo ocurre en el aire
leve como un arco de siete colores.
Como una muerte atenuada por los cirios.
Que todo es trampa. Y todo es oscuridad.
Porque todos beben de la misma copa.
Y todos van hacia el desbarrancadero con los ojos abiertos.
Todos juntan lo mismo que separan.
Todos asoman su curiosidad por las ventanas.
Y te comentan. Y desinforman de los días lluviosos.
Días para no salir de la trampa. Juntos al fuego
de la madera caída. Beber la sopa en silencio.
Porque el hambre es una trampa.
Y nombrarla es una trampa. Calla tu Navidad. Tenemos agua.
Esa placa memoriosa en tu pared es una trampa.
El olvido se confunde con la memoria. A veces.
Y aquí no hay héroes. A sus sitiales se llega de rodillas.
Esa es la proeza. Y después danzar. Danzando.
Danzando para Dios. Hijos de David. Sin percatarse de que Dios
es una trampa de Dios. Ahora que todo es luz. Todo es aire.
Todo es trampa. Todo es pájaro. No te muevas. No respires.
El nudo en batir alas más se ata.


08. MANEJO DEL CONFLICTO

Han vuelto esos hombres que algún día morirán.
Para que no pueda escapar la retórica forma.
Y retenga la belleza. Porque sólo tú puedes.
Se te ha concedido el don de hacer perdurar
con frágiles palabras los objetos. Sus contornos.
Las dimensiones que ellos no perciben.

Han vuelto para convencerme de lo necesario
que se hace seguir el vuelo del ave. Al pájaro fiero.

Han vuelto con sobres amarillos
porque nadie como yo
conoce el sentido de las fabulaciones.
El esperado grito en la madrugada.

Han vuelto con el futuro de un muchacho
escrito en la palma de su mano.
Con luces que se mueren de sólo mirarlas.
Porque los que son como yo
pueden hacer que una mano confiese.

Que las manos hablen por los otros.

Han vuelto para que traduzca los versos
de un poeta extraño. Escrito en un idioma extraño.
Porque soy un hombre verdaderamente extraño.
Dicen. Y han relucido las hábiles palabras.
Movedizas. Intraducibles. Culpables de ser hermosas.
Y joyantes. Como la palabra viento. Como la palabra vida.

Han vuelto para que defina las contradicciones de un hombre.
Para que dé explicación a sus conflictos.
Por qué crecen árboles y corales en su sala.
Por qué hay muertos que hablan desde sus anaqueles.

Han venido para que defina el destino de un hombre.
(Nadie como yo sabe lo que se siente
cuando te piden que decidas el fin de los otros).
Y he sentido miedo. Mucho miedo.
Sin embargo escribo. Escribo. Y resisto.
Sin que nada ?absolutamente nada?
me haga sentir especialmente importante.


09. QUEMAR LOS LIRIOS

Yo quería comer de tu costado. Entrar a tus entrañas
húmedas. Y convivir miserable en tu aliento.
Yo tenía las noches para llorar la podredumbre.
La miseria de saber que nuestros cuerpos
de a poco iban cediendo a la maldad
de otros cuerpos. Al encono de las epidemias
que azotan las ciudades.

Talador, yo quería quemar flores en las noches.
Lirios para el amor. Lirios para vernos envejecer.
Pero tu costado se moría.
Tu hígado me daba miedo.
Y yo me callaba tanta sustancia cristalina.
Tanto amarillo en tu pupila.

Yo no quería estos versos parar ti.
Yo no quería estas páginas de ceniza.
Esta pobreza que me inclina sobre el polvo
cuando miro la casa que construimos
desmembrada como un animal frágil.

Yo te quería. Pero de pronto todo se ha vuelto
una caída. Un irnos perdiendo a cada paso.
Trastocar palabras que hablaban sano del amor.
Y no estas sílabas que avanzan
como caballos de piedra mientras el sol
en nuestro patio no deja de quemar los lirios
que ya no recogerás
porque el azar te ha llevado a otra casa.
Donde otra mano ocupa tus miserias.
Tus distancias. Las fuerzas necesarias
para sobreponerse al día de hoy. Y al de mañana.
A tus silencios. A tus tristezas.
                                     
Porque yo era un animal solitario entre tus cosas.
Las que se sucedían sin tu voluntad.
La mala lumbre que se nos hizo
cuando la muerte de nuestra Señora Tres Lunas
que nos dolió como la desaparición
de un astro. ¿Recuerdas? Todavía
éramos felices. Y jóvenes. Aunque para ser justos
tendríamos que aceptar
que siempre fuimos más jóvenes que felices.
Y esta miseria de ver desaparecer
cuánto hicimos para después quemar los lirios
amor. Quemar los lirios.


10. SELVA III

Los perros de caza
entraron.
Yo dormía
junto al fuego.


11. CASA EN EL BOSQUE

Para Maribel Feliú
otras sutiles maneras de la huida.

Aunque seas inocente. Huye. Del vino y de la copa rota.
Huye del licor que habla. Y de la lengua que escucha.
Huye de las floraciones. Del dulce aroma de la noche.
Su emanación siniestra. Huye. Apártate del camino.
Y del Árbol Caído. Y del Árbol que Nace.
Busca la sombra en la sombra.
Siempre hay una mano protectora junto a los tilos.

Huye de las orquestaciones. No escuches el solo de violín.
Ese invierno que tiembla entre tus manos.
Enciérrate en el absoluto. En el sin fronteras.

Huye de las puertas que se abren
pues son agujeros hacia la Nada anónima y feliz.
Acércate a las puertas cerradas.
Te dan la posibilidad de discernir.
Después de la medianoche golpea su aldabón.
Y espera. No morirás de frío bajo la arcada.
Toma lo necesario. Y después huye del fuego
que te ofrecen. La puerta que se abre
arderá a tus espaldas. Recuerda que toda puerta
que se abre es un agujero hacia la Nada
anónima y feliz. Y tú eres una criatura que huye.
¿De qué? ¿De quién? ¿Hacia dónde?

Huye de la rosa invisible. No de la rosa cruel.
Del agua. No de la crecida.
De la sangre nueva. No del coágulo en la grava.
Del difícil nacimiento. No de la muerte reconciliadora.
Del brindis. No de la fiesta.

Huye del ojo que te observa desde el bosque.
Huye del bosque
siervo. Huye del siervo
siervo. Aunque seas inocente.
Huye. Ya no hay misterio.

Huir no es salvarse.

                               

12. EFECTO CAFÉ BULEVAR


Y todo está dispuesto de este modo,
       para que no salgamos del mágico círculo.
OSSIP MANDELSTAM

Para Ghabriel
 una isla propia.


Entro. Pido el último café. Elena Burke es un recuerdo.
Todo es frío bajo los toldos.
Por momentos la lluvia de tránsito nos obliga a adentrarnos.
Descendemos a otros arcos protectores.
Patio interior de piedra. Asfixiante.
Aquí se vive arduamente. Se hace un espacio
a cada provincia. Y otra se acerca mientras pides un café.
A cambio de una moneda tendrás la joya blanca
entre tus manos. Es amargo el trago para beberlo despacio.
Ha de ser despacio para que el trago baje amargo.
Y comienzas a conversar. Pues aquí se habla vivamente.
Interrumpidos por la mano que pide con hedor e insistencia.
(También mi mano es pobre y la guardo bajo la madera).

A veces soy interrogado como cualquier ciudadano
que bebe su café. Su trago amargo. Y respondo.
Me identifico con habilidad para no agotar el tiempo.
Bajo la luz todo es minuto tras minuto
un detenimiento innecesario. Una espiral que se verticaliza.
Y asciende. Asciende el humo del café.
Y justificas los desplomes. Demasiado recientes que somos.
De ayer mismo. Amar es una isla.
Y morir es adentrarse a la mar coagulada.
Un aroma de azucenas. Un estarse quieto bajo los toldos.
«De transparencia en transparencia» obnubilados.
Viejo Eliseo que bebes tu café. Tu trago amargo.

Aquí vienen a morir los poetas.
Y un ángel fatigado vuela bajo otro cielo. Y otro ángel
comienza su discurso en el sopor de las fabulaciones.
Otro revienta su cabeza contra el asfalto.
Llora otro de rodillas. Y el pez angelecido se muere de tristeza.
Alza su vuelo bajo el cielo empedrado
de Madrid. Sin voz. Sin alas. «Hasta de espaldas se ve
                que está llorando». Pero todavía hay tiempo.
Bebamos el último café mientras María Teresa nos canta.
Qué cante el Benny su página ruinosa.
Qué Bola sea una flor negra sobre el piano.
Qué Celeste rompa el adoquín con su paso.
Que aquí cada poeta tiene su caballo blanco.
Su leopardo. Su canario. Sus dos patrias.
Que el cuerpo de una isla no se sostiene sin un buen verso.
Pues sobrevivir bajo los toldos es una fiesta.
Y cada fragmento de imán transmuta en oro.
La Bella Cubana bebe en su Capilla de Cobre el trago de café.
Su trago amargo. (Transformada la medialuna
bajo sus mínimos pies el aroma de las mariposas
se confunde perversamente con el vuelo del colibrí).
Flota una tabla en la bahía. Es tiempo de pedir
por nuestras vidas. Y pedimos confusamente.
Casi sin darnos cuenta a cada paso.
«Flor de isla, tú te ofreces aromática y gentil
como una taza de café». Tú despides a la mujer coronada
con laureles ?«ni libre es ni la prisión la encierra»?.
Sus huesos se pudren donde la tierra es menos blanca.

Porque en verdad nunca fueron tan importantes los poetas
como en este Café bajo los toldos. Decadentes. Y felices.
Pero de improviso algo se transforma tras las rejas.
Y te hace pensar que de nada sirvió la culpa
de Juan Clemente Zenea. El destierro de Heredia.
La muerte de Plácido. Las cartas de amor de Juana Borrero.
Ni el pulmón asfixiado de Lezama.
De nada sirvió que Julián del Casal se muriera de risa.
De nada ha servido escribir un buen poema
cuando Fina anuncia su «dulce nevada». Y la nieve
comienza a caer sobre los toldos.

Este Café no es el sitio de siempre.
El sol sobre el mármol blanco se evapora.
Y quiero marcharme. Escapar del frío. Esta no es mi sangre.
Prometo no regresar. (Vuelve el agua inmarcable
a la arena. El mar entre las tazas conforma
un plano alucinante). Sobre la mesa roja ya estoy de vuelta.
Ya entro a los círculos de hierro como un animal viciado.
Nuevamente. Y pido el último café. Y otro. Y otro…









LUIS YUSEFF (Holguín, Cuba, 1975). Poeta y narrador. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Tiene publicados El traidor a las palomas,  2002; Vals de los cuerpos cortados, 2004, (Premio de la Ciudad, 2003) y Los silencios profundos, 2009, (Premio Adelaida del Mármol 2008) todos por Ediciones Holguín; Yo me llamaba Antonio Broccardo, 2004, (Premio Alcorta 2003; Ediciones Almargen); Esquema de la impura rosa, 2004, (Premio América Bobia 2003; Eds. Vigía); Golpear las ventanas, 2004, (Premio Pinos Nuevos 2003; Ed. Letras Cubanas); Salón de última espera, 2007, (Premio Calendario, 2005; Casa Editora Abril); La rosa en su jaula, 2010, (Premio Oriente de Poesía José Manuel Poveda, 2009; Ed. Oriente) y Los frutos de Taormina, 2010, (Premio José Jacinto Milanés 2009, Eds. Matanzas). En el 2009 recibió el Premio de Poesía de La Gaceta de Cuba. Aparece incluido en publicaciones periódicas y antologías de poesía realizadas en México, Honduras, Perú, El Salvador, Nicaragua, España, Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelandia.  

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