Juan Carlos Olivas

By | jueves, marzo 10, 2011 Leave a Comment
Juan Carlos Olivas
 
7 Poemas Inéditos
Especial para Letra de Cambio
Copyright © 2011 Analecta Literaria


De: Bitácora de los Hechos Consumados (Inédito)



Los tristes tienen dos motivos para estarlo:
ignoran o esperan
Albert Camus


PRELUDIO



GALERÍA PARA VENCIDOS

Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío.

Octavio Paz


Y qué fácil desciende ahora el corazón,
cuando regreso atado
de noches vacías en tu vientre,
de horas que escalé
con los oídos tapados
para no oír ladrar
a los libros que dejé;
ahora que debe estar haciendo frío
en las notas de Chopin,
en aquella casa que rendía
cada tarde su moneda de sueño,
la casta sensación de ir envolviéndonos
en un vaho germinal
sólo de gracia, raíces,
dunas donde creímos propicia la soledad.

Si vieras la astilla
del poema a tientas,
subirías por todos los balcones,
llamándome en el gemido de un pájaro único
que destrozara con sus garras las banderas,
los muchos edificios de esta sombra,
las derivas confundiendo
tus pechos frente a la inocencia,
frente a los pocos días de sol,
sí, tus pechos,
cubiertos de la gloria que te di,
de la nieve de lo impuro,
tus pechos, si los vieras
en la bruma de toda la sed
que no se ha ido desde entonces.

Y qué real es ahora vencer,
alucinar irreverentes
por las enormes galerías de la resurrección,
burlarse, escupir,
caer de bruces
donde todos corren
con una mujer ardiendo en la mirada.

A mí mismo me encontrarás
buscando todo lo que fui
de aquellos días sin poder contenerme,
yo que escogí sabiamente mis ruinas,
yo que lamí el vientre
de toda la impureza por nombrarte,
palpando a solas
una leve respiración, como la muerte.

Por ahora es muy fácil odiar
los pies con que recorro,
sin prisa,
las mansiones del dolor
que tú conoces,
y empiezo hoy a escribir
totalmente saciado de pupilas,
como un ciego al frente del mar.


PRIMER MOVIMIENTO

Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos,
rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.

Juan Gelman


CONJURO PARA NOMBRARNOS



He llevado un mausoleo dentro del corazón.
Se quedan fijas,
como tenues banderas,
las horas que cumplieron su desastre.
Mi hermana llega a regar las hortensias,
llora un poco junto a mi
y decide negarme.
Me visitan las aves migratorias,
los trenes que mastican esta lluvia,
los impíos peldaños
donde mi madre canta y duele:
tu hijo yace en el poema solamente.
Mi madre se destiñe
de ajenas letanías y ahora calla.
Se quedan fijas,
                      más que nunca,
las volátiles agujas de esta tarde.


ARTE POÉTICA


Te has repartido inútilmente
en las páginas de un libro,
soñaste los callejones sin culpa,
te diste toda a mis mejores amigos,
y hoy busco tu rostro
como un cataclismo infeliz sobre la mesa.
Bien lo decían mis mayores:
acostúmbrate a estar solo,
construye el pan a lágrimas.
Hoy no hay más testigos
que avergüencen la tierra,
y atesoro el hambre de sentirte
como una espina más entre los dedos,
oscura que naciste
para darme tus escombros.
Mutílame los brazos en el paraíso,
y déjame caer
cuando estés triste.


MALOS HÁBITOS



Mis culpas nunca fueron las mismas.
Hoy doy cuenta de mis actos
en lugar de vivir,
de alucinar en el cuadrilátero
el paso de los días,
alzar las manos,
esquivar el golpe,
y dejar al poema
una vez más sobre la lona.

El aplauso me causaría tristeza,
una ráfaga de luz
me llevaría de nuevo hacía las cuerdas,
los camerinos olerían
a un tiempo que no llega,
a palabras soberbias,
a nombres de mujeres
que persiguen sombras
por amor a mi nombre,
a falsos amigos
que sin dudar me salvarían.

Cuando la campana dejó de sonar
ya mi alma se caía por los poros,
y supe que para otros
siempre fueron las medallas recibidas.

Pero hoy, me detengo ante mis ojos
y me pido perdón,
miro los raídos guantes del pasado
colgar de la pared
como una profecía,
mis fingidos vestigios de gloria,
y me decido a terminar
este combate de doce pesadillas
que dieron en mi rostro,
sabiendo de antemano
que mi cuerpo será
esa metáfora extendida sobre el ring.
La muerte dirá en los altavoces
que mi tiempo ha pasado,
cesará el bullicio,
y entonces la poesía, victoriosa,
aplaudirá con soberbia
desde la última butaca vacía.


ELEGÍA HIPÓCRITA PARA ARTHUR RIMBAUD



Quizás ya no importe
que seas una herida más ante mi puerta.
Todas las cosas te han vencido inútilmente
y sin embargo aún,
cuando miro tus pasos disecados,
sé que hay muchas formas
de mentirnos y lograr transparencias.

Cada poema es un gesto de duda,
y tú conociste el hastío de los hombres,
nos traicionaste hermosamente,
dejándonos a todos en las manos
este fuego sin fe,
esta impaciencia de ganarle una faena
cada día a la muerte,
este cigarrillo imposible que fumamos
arrojando la ceniza entre la pólvora.

Por eso no me importa
que ahora seas tan precoz como el olvido,
que hayas mordido muchas veces
las manos que te dieron de comer,
o me hayas dado la vida,
hermano, padre o inconcluso enemigo.

Hoy el herido eres tú,
y caes a la vera de un umbral
que ya nunca abriré.


EL ÁNGEL DE LA CASA


Una mesa de noche jamás será un altar,
pero a esta hora,
la fotografía de Virginia Woolf
arde como un presagio que se cumple,
sus ojos disparan su ponzoña
en contra del ángel de la casa,
mas éste olvida sucumbir.

Yo también le odio y le acompaño,
sufro sus aversiones cotidianas,
su forma de ser madre,
la absurda amiga
de lo incierto y lo trivial
cuando así lo deseo,
amo de sus reconvenciones.

Mi condena es saber que no puedo matarle,
que a esta hora,
la fotografía de Virginia Woolf es devorada
en una esquina de mi casa,
y empiezo a descreer de lo divino.


HOLDEN CAUFIELD Y EL LAGO CONGELADO (J.D. Salinger)

A Juan Carlos Vargas

Yo tampoco lo sé Holden,
los he buscado en vano
por entre los arbustos,
he hurgado la memoria de sus nidos
con el hambre de un ciego,
y el ayer hoy me sabe a lecho vacío.

He preguntado a los taxistas
y a los parroquianos de los bares
sin encontrar respuesta;
a nadie le interesa
a dónde van los patos
cuando el lago se congela Holden,
y eso me amedrenta,
llevo sangre en las rodillas,
hace frío e imagino a mi madre
el día de mi muerte,
qué diría mi hermana
al ver el honor de mi padre
esparcido en mi rostro
de innoble hijo perdido.
¿Quién quemaría mis juguetes,
la gorra y la chaqueta,
para que emprenda el viaje
a una vida vacía?

Yo tampoco lo sé Holden,
mis huesos van creciendo
en la fuente de este odio,
el invierno sodomiza sus banderas
en mis manos,
y los patos no vuelven,
un niño canta con atroz algarabía
el guardián ha de morir entre el centeno.
Me quedan ya unos pocos centavos,
la noche es la ramera aproximándose,
la nieve cae y hace daño,
y sé aunque me duela,
que mi casa queda
más allá del lago congelado,
y debo retirarme.




JUAN CARLOS OLIVAS. Nació el 23 de octubre de 1986 en Turrialba, Costa Rica. Estudió Enseñanza del Inglés en la Universidad de Costa Rica. Parte de su obra ha sido publicada en revistas nacionales, antologías y páginas web. Cofundador de distintos grupos literarios en su ciudad natal. Formó parte del Círculo de Poetas Costarricenses del año 2006 al 2008. En el año 2007, su libro La Sed que nos Llama, fue galardonado con el primer lugar del Certamen Nacional de Poesía Lisímaco Chavarría Palma, celebrado en la ciudad de San Ramón, Costa Rica. Finalista del Certamen Internacional de Poesía Ángel Miguel Pozanco 2009, en España.  En ese mismo año fue uno de los poetas invitados a participar en el VIII Festival Internacional de Poesía de El Salvador, donde fue declarado Visitante Honorable de la ciudad de San Salvador. Asimismo es colaborador de la Fundación Casa de Poesía, organización que realiza el Festival Internacional de Poesía de Costa Rica. Tiene publicado el libro La Sed que nos Llama por la Editorial Universidad Estatal a Distancia (EUNED), Costa Rica, 2009.
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